29 de abril, 2024
La muerte de Alfonsín
Cafiero se despidió de Alfonsín, bajo la sombra Perón y Balbín
En su discurso en la Recoleta, Cafiero dijo que Alfonsín había sido "un predestinado, que nació con una misión a cumplir y que no rehuyó a cumplirla". Lo mismo puede decirse del ex gobernador que garantizó que el peronismo se democratizaba y, por lo tanto, todo el país.
A Raúl Alfonsín nunca le causó mucha gracia el llamado “abrazo Perón/Balbín”, ni el discurso de despedida al entonces presidente de los argentinos, cuando “un viejo adversario despide a un amigo”. Nunca lo había dicho en público, pero en el Cementerio de la Recoleta fue el propio Antonio Cafiero quien se encargó de hacer la revelación.
Claro. Carlos Menem se benefició con el Pacto de Olivos, Eduardo Duhalde con los ministros que le acercó para darle gobernabilidad a una administración nacida sin votos, Néstor Kirchner con la continuación de una política de derechos humanos que hubiera sido imposible sin el coraje de los primeros años de la democracia. Alfonsín era un hombre muy generoso, convencido de que primero está la patria y por último los hombres.
Pero Cafiero, tan generoso como Alfonsín, no se benefició de nada más –ni nada menos- que de los infinitos diálogos que le permitieron entender al radicalismo y su historia y, en fin, de la amistad con un hombre sabio y culto como aparecen pocas veces en la historia de las naciones.
Cuando cambió la historia
Recordó Antonio los reiterados momentos en que políticos acudían a Campo de Mayo para “la pronta resolución del pleito” entre sectores políticos que no se ponían de acuerdo. Dio a entender que eso fue lo que durante tantos años lo había separado de los radicales. En cambio, cuando los carapintadas pusieron en riesgo la democracia, Cafiero también fue a Campo de Mayo, pero “para que los militares se quedaran allí, que depusieran las armas, para que respetaran el gobierno nacido de la legitimidad del pueblo”. Cuando lo dijo en su discurso, lo miró a Jesús Rodríguez. Habían ido juntos a poner el pecho sin saber si volverían vivos.
Y dijo otra verdad: que “en esas horas tumultuosas que no olvidaré en mi vida”, no todos los peronistas lo acompañaron en el viaje a Campo de Mayo. Otros se apuraron a volver a sus provincias (¿Menem? ¿Quién más?), precabiéndose ante la posibilidad de que los militares tomaran el poder, y fuera necesario apurar negociaciones con ellos. “Nosotros siempre hemos dado para todo”, se sinceró Cafiero.
La democracia fue asegurada con el valiente gesto de Cafiero y un puñado de dirigentes peronistas, que no dudó en defender a la democracia. Representaban a la mayoría del peronismo, pero la verdad es que en ese momento no lo sabían.
Años después, Cafiero pagó su vocación democrática perdiendo las elecciones internas que no necesitaba dar, y perdiendo también la presidencia de la Nación, porque no era exactamente la contracara del gobierno de Alfonsín que el pueblo argentino buscaba.
Leopoldo Moreau dijo que Alfonsín no había podido concluir su proyecto estratégico de unión nacional, como hubiera querido. Queda claro que es verdad. Sin embargo, la unión nacional tiene en ese gesto tan arriesgado como generoso de Antonio Cafiero una piedra basal, con la que hubiera sido imposible construir nada.
Para el peronismo desangelado que cayó derrotado el 30 de octubre de 1983, aceptar que el radicalismo haya ganado la mayoría del electorado seguía siendo intolerable. Muchos veían en los carapintadas a los militares nacionalistas que podrían redimir el bochorno de las urnas. Otros, más pragmáticos, sólo buscaban otear el horizonte para ver hacia dónde soplaría el viento, y ponerse en consonancia. Si. “Nosotros siempre hemos dado para todo”.
Aunque no sólo los peronistas dan para todo. Gente con coraje y convicciones no abunda en ningún lado.
En la despedida, Antonio dijo que Alfonsín había sido “un predestinado, que nació con una misión a cumplir y que no rehuyó a cumplirla”. Lo mismo puede decirse de Cafiero. Nació para garantizar que el peronismo se democratizaba y, por lo tanto, todo el país. Nació para tener el honor que tuvo Ricardo Balbín, cuando despidió a Perón. Nació para despedir al padre de nuestra democracia real. Y reconocer que además de Perón, hay otro gran maestro de política en la Argentina.
Claro. Carlos Menem se benefició con el Pacto de Olivos, Eduardo Duhalde con los ministros que le acercó para darle gobernabilidad a una administración nacida sin votos, Néstor Kirchner con la continuación de una política de derechos humanos que hubiera sido imposible sin el coraje de los primeros años de la democracia. Alfonsín era un hombre muy generoso, convencido de que primero está la patria y por último los hombres.
Pero Cafiero, tan generoso como Alfonsín, no se benefició de nada más –ni nada menos- que de los infinitos diálogos que le permitieron entender al radicalismo y su historia y, en fin, de la amistad con un hombre sabio y culto como aparecen pocas veces en la historia de las naciones.
Cuando cambió la historia
Recordó Antonio los reiterados momentos en que políticos acudían a Campo de Mayo para “la pronta resolución del pleito” entre sectores políticos que no se ponían de acuerdo. Dio a entender que eso fue lo que durante tantos años lo había separado de los radicales. En cambio, cuando los carapintadas pusieron en riesgo la democracia, Cafiero también fue a Campo de Mayo, pero “para que los militares se quedaran allí, que depusieran las armas, para que respetaran el gobierno nacido de la legitimidad del pueblo”. Cuando lo dijo en su discurso, lo miró a Jesús Rodríguez. Habían ido juntos a poner el pecho sin saber si volverían vivos.
Y dijo otra verdad: que “en esas horas tumultuosas que no olvidaré en mi vida”, no todos los peronistas lo acompañaron en el viaje a Campo de Mayo. Otros se apuraron a volver a sus provincias (¿Menem? ¿Quién más?), precabiéndose ante la posibilidad de que los militares tomaran el poder, y fuera necesario apurar negociaciones con ellos. “Nosotros siempre hemos dado para todo”, se sinceró Cafiero.
La democracia fue asegurada con el valiente gesto de Cafiero y un puñado de dirigentes peronistas, que no dudó en defender a la democracia. Representaban a la mayoría del peronismo, pero la verdad es que en ese momento no lo sabían.
Años después, Cafiero pagó su vocación democrática perdiendo las elecciones internas que no necesitaba dar, y perdiendo también la presidencia de la Nación, porque no era exactamente la contracara del gobierno de Alfonsín que el pueblo argentino buscaba.
Leopoldo Moreau dijo que Alfonsín no había podido concluir su proyecto estratégico de unión nacional, como hubiera querido. Queda claro que es verdad. Sin embargo, la unión nacional tiene en ese gesto tan arriesgado como generoso de Antonio Cafiero una piedra basal, con la que hubiera sido imposible construir nada.
Para el peronismo desangelado que cayó derrotado el 30 de octubre de 1983, aceptar que el radicalismo haya ganado la mayoría del electorado seguía siendo intolerable. Muchos veían en los carapintadas a los militares nacionalistas que podrían redimir el bochorno de las urnas. Otros, más pragmáticos, sólo buscaban otear el horizonte para ver hacia dónde soplaría el viento, y ponerse en consonancia. Si. “Nosotros siempre hemos dado para todo”.
Aunque no sólo los peronistas dan para todo. Gente con coraje y convicciones no abunda en ningún lado.
En la despedida, Antonio dijo que Alfonsín había sido “un predestinado, que nació con una misión a cumplir y que no rehuyó a cumplirla”. Lo mismo puede decirse de Cafiero. Nació para garantizar que el peronismo se democratizaba y, por lo tanto, todo el país. Nació para tener el honor que tuvo Ricardo Balbín, cuando despidió a Perón. Nació para despedir al padre de nuestra democracia real. Y reconocer que además de Perón, hay otro gran maestro de política en la Argentina.
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